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Primera infancia: futuro de Chile | El Libero

Trabajar por la primera infancia es, en definitiva, apostar por un Chile más justo, equitativo y con mejores oportunidades para todos. Los primeros mil días de vida deben entenderse como un verdadero punto de inflexión: son, en rigor, la auténtica “educación superior”.

Los primeros años de vida son la base sobre la cual se construye el desarrollo de niños y niñas. En esta etapa se siembran las raíces de la comprensión lectora, la regulación emocional, la socialización y el aprendizaje futuro. Postergar la inversión en esos años significa, en la práctica, perpetuar brechas que luego arrastramos durante la enseñanza básica, media e incluso en la vida adulta.

El informe Education at a Glance 2025 de la OCDE vuelve a poner en relieve un desafío pendiente: Chile lleva una década estancado en el acceso a la educación inicial. Solo el 75% de los niños entre 3 y 5 años está matriculado en este nivel, la misma tasa que en 2013 y diez puntos por debajo del promedio de la organización (85%).

El dato contrasta con la magnitud de la inversión en educación temprana que el país ya realiza en esta etapa: 0,70% del PIB, por sobre el promedio OCDE (0,60%). Resulta clave asegurar que esos esfuerzos se traduzcan en mayor acceso y en experiencias educativas significativas para los niños y sus familias.

La evidencia muestra que la participación activa de padres, madres y adultos significativos es determinante para el desarrollo cognitivo y socioemocional de los niños y niñas, y constituye una de las palancas más poderosas para mejorar aprendizajes y reducir brechas en la primera infancia.

Con esa convicción, en Fundación CAP hemos sistematizado durante 15 años la experiencia del Programa Aprender en Familia, implementado en más de 220 escuelas y jardines infantiles de alta vulnerabilidad.

Los resultados confirman que la colaboración temprana entre equipos educativos y familias fortalece la crianza, el aprendizaje y el bienestar, y que esta alianza no solo impacta en logros inmediatos, sino que también ayuda a romper ciclos de desigualdad y prevenir problemas futuros, como la deserción escolar.

Por lo mismo, los primeros mil días de vida deben entenderse como un verdadero punto de inflexión: son, en rigor, la auténtica “educación superior”. De ahí la importancia de que tanto las políticas públicas como las iniciativas privadas sigan avanzando en garantizar acceso, calidad y un enfoque integral en la educación inicial, incorporando modelos que fortalezcan el rol de las familias en la trayectoria educativa de sus hijos.

Trabajar por la primera infancia es, en definitiva, apostar por un Chile más justo, equitativo y con mejores oportunidades para todos.