Hermanos ¿Amigos o enemigos?

Por Soledad Feliú, profesora del programa “Aprender en Familia” de Fundación CAP.
La relación entre hermanos es definida como una de los vínculos humanas más complejos, pero al mismo tiempo es de los más duraderas y profundos que se puede llegar a tener en la vida, jugando un papel fundamental al interior de las familias.
Dunn (1993) sugiere que las relaciones afectivas que los niños establecen con sus hermanos demarcan un contexto social importante, donde ellos reciben y brindan afecto, establecen interacciones de juego y aprenden y practican habilidades de negociación y resolución de conflictos.
A lo largo de la vida, los hermanos viven experiencias paralelas en un momento similar del desarrollo y comparten acontecimientos vitales, tanto los importantes como los más triviales. A través de esta especial relación se inicia, desde pequeños, la socialización con los iguales, aprenden a ser compasivos y respetuosos, defenderse, ejercer sus derechos, tener empatía en el contexto de la dinámica familiar y resolver conflictos dentro de esa estructura. Son compañeros que comparten el cariño y tiempo de los padres y demás familiares.
Estas relaciones pueden cubrir toda la gama, desde ser los mejores amigos hasta ser los peores enemigos y a menudo hay una combinación de los dos en el curso de toda una vida. En este contexto, el conflicto como en todas las interacciones humanas, es un componente inherente a esta relación fraternal, transformándose en un gran desafío para los progenitores.
Una pregunta interesante que plantean los investigadores es ¿cómo deben intervenir los padres en los conflictos de sus hijos e hijas?
Sin duda, en nuestro “modelo idealizado de padres” quisiéramos que nuestros hijos no pelearan, que reinara un amor profundo e incondicional que los acompañara siempre y que se ayudaran y protegieran a lo largo de sus vidas.
Bajo este paradigma, muchas veces subyace la creencia ilusoria que entre los que se quieren y más aún si hay “lazos de sangre”, no deberían existir sentimientos negativos.
–Mamá, Felipe me pegó– dice uno llorando.
–Lo que pasa es que me sacas mis cosas sin permiso, eres un tonto –responde su hermano.
Frente a esa situación, para no romper la armonía y terminar rápido con el mal rato, tendemos a restarle importancia y tratamos rápidamente de “apagar el incendio”:
–Los buenos hermanos se quieren y no pelean, vayan a jugar.
No permitir que expresen sus verdaderos sentimientos puede conducir a los niños a mantener una actitud pasiva que esconde mucha rabia, impotencia o frustración. Y esto, lejos de solucionar el problema, lo enquista y aumenta, dificultando la relación fraternal y, por ende, familiar.
Pretender que nada ha pasado, sin abordar algo que sí ha sucedido, no resuelve nada. Es importante tener en cuenta que las discusiones, diferencias de opinión y disputas son absolutamente normales en las relaciones humanas, por lo tanto también se presentan en el mundo de los hermanos. Las emociones y sentimientos que surgen entre ellos no son ni buenos ni malos y como adultos significativos tenemos que permitir y ayudarles a ir identificándolos y expresándolos adecuadamente en sus distintas edades; esta es una tarea de gran importancia para el desarrollo integral de los niños y niñas.
Por esto hay momentos en que los adultos sí deben intervenir y ayudar a los niños a responsabilizarse por sus actitudes y comportamientos y por las consecuencias de estos.
– Niños, entiendo que los dos están muy enojados, ¿qué podemos hacer al respecto?
Mediar para apoyar en la resolución del problema, sin tomar partido directamente por uno de ellos, ayudarlos a ponerse en el lugar del otro, enseñarles a negociar y que ambos se sientan satisfechos de la solución encontrada e incentivar a que esa solución surja de los propios niños, les ayudará a entenderse el uno al otro, a conocerse mejor cada uno y entre ellos y a desarrollar estrategias efectivas y constructivas para resolver los próximos conflictos, tanto fraternales como sociales en general.
En otras ocasiones, no será necesario intervenir sino dejar que ellos encuentren la forma de solucionar lo que está pasando. Siempre estando atentos a que se mantenga el respeto, que no haya agresiones físicas o psicológicas y que no se vulneren los límites que los padres han establecido en la familia. Si esto ocurriera, se hace nuevamente necesario intervenir para ayudarlos a “mirar” lo que está pasando y buscar otra forma de resolver la situación.
El juego, las dinámicas con los padres, las confidencias y la vida diaria generan relaciones de cercanía e intimidad que aumentan las oportunidades de que surjan entre hermanos conflictos, desavenencias, situaciones de competencia, etc. difíciles de manejar para los padres, debido a su naturaleza altamente emocional que repercute en todo el sistema familiar.
Como podemos ver, no todas las diferencias y enemistades entre hermanos se resuelven cómo y cuándo quisiéramos como padres. Sin embargo, si las miramos como una excelente oportunidad y como un “laboratorio social” con sus primeros pares, una oportunidad de ir aprendiendo y ensayando cómo enfrentarán en el futuro los conflictos y situaciones difíciles que son parte de la vida misma, podremos tomarlo como un desafío más en la maravillosa y difícil tarea de ser padres y madres.